La cultura Chachapoyas
Los Chachapoyas
En un vasto territorio entre los
ríos Huallaga y Marañón, sabemos que habitó un pueblo que conocemos hoy con el
nombre de Chachapoyas. En una porción de la sierra andina a una altitud que
oscila entre los 2.000 y 3.800 metros sobre el nivel del mar, la espesura de la
selva tropical, lo que se llama la 'ceja de selva' por su altitud, cobra una
fisonomía peculiar alcanzado niveles muy altos de humedad, hasta el punto de que
conforma un maravilloso paisaje donde la selva se entremezcla, casi de manera
permanente, con las nubes. Antes de continuar, será preciso conocer algo acerca
de quienes fueron aquellos habitantes de la cuenca de Utcubamba
Aunque se tiene conocimiento de
la existencia de los Chachapoyas desde la llegada de los españoles y se lleva
más de un centenar de años investigando sobre sus restos, no podemos afirmar
que en la actualidad tengamos excesivos datos que nos hagan conocer con detalle
la identidad de este pueblo sui géneris de los Andes peruanos. Pero algo
podemos ir deduciendo de la información que poseemos.
Los orígenes.
No se sabe con certeza cuándo empezaron
los chachapoyas a entrar en el valle del Utcubamba.
La primera cuestión que está en
debate es si los pueblos que conquistaron la ceja de selva de las cuencas del
Marañón, Huallaga y Utcubamba entraron en el territorio provenientes de la
selva baja, por la zona de Bagua, o lo hicieron desde las cumbres andinas.
Algunos lo definen cómo la selvatización de la sierra o la serranización de la
selva. Muchos de los elementos culturales que apreciamos en los restos
encontrados podrían apuntar tanto en un sentido como en otro. No obstante, en
nuestra modesta opinión, entendemos que normalmente hablamos de los chachapoyas
a partir del siglo IX. Los vestigios de su presencia en la zona, sin embargo,
son muy anteriores: Los estudios realizados con el auspicio del Proyecto
Machaypampa nos han dado como resultado los análisis de carbono 14 que datan restos
textiles hallados en los mausoleos de la Laguna de los Cóndores del año 306,
los restos humanos más antiguos de la Laguna de los Cóndores en el 354 y que
nos indican que el uso funerario de las cuevas viene cuando menos del año 429.
Esto nos retrotrae en el tiempo unos cinco siglos, que posiblemente pudieran
ser más si tenemos en cuenta que los restos de la Laguna de los Cóndores ya
expresan un elevado desarrollo de la cultura e infraestructura funeraria.
Todo ello supone que se va dando un desarrollo
cultural autóctono y, por tanto, sus
contactos tanto con las culturas adyacentes de la selva como de la sierra
pudieron ser muy prolongados en el tiempo, lo que no posibilita conocer con
seguridad, utilizando sólo el contexto cultural si la influencia de unos u
otros pueblos eran un bagaje traído por los moradores desde el principio o si
se debe a un intercambio cultural realizado a lo largo de los siglos.
Independientemente de ello, las
investigaciones en las cavidades de la zona ponen de manifiesto que estas
fueron los primeros enclaves utilizados como lugares habitacionales.
Probablemente se tratase de grupos humanos que vivían de la caza y que utilizaban
las cuevas para vivir. En algún momento determinado debieron dar el salto de la
caza a la agricultura y al pastoreo, lo que supondría un proceso de
sedentarización que los llevase a construir ciudades mucho más estables. Son
las famosas casas redondas de piedra que conocemos.
La población.
Tanto Pedro Cieza de León como
Antonio Herrera, cronistas de la época, nos hablan de que los Chachapoyas eran
feroces guerreros, altos y de tez clara y que sus mujeres eran tan bellas que
eran las preferidas del Inca. Según apuntan algunas fuentes el nombre proviene
de un vocablo de la perdida lengua de los Chachapoyas compuesto por las
palabras Sacha (bosques) y Puyos (nubes), lo que podría hacer referencia al
hábitat en el que se ubicaba esta población. A una altura considerable sobre el
nivel del mar, en medio de la espesa vegetación de la selva tropical y con una
orografía montañosa, los Chachapoyas serían los que habitaban los bosques de
las nubes. Otros dicen que el vocablo es de origen quechua y que lo impusieron
los incas, significando 'gente de las nubes'. Otros señalan que la traducción
exacta haría referencia a su característica belicosa: 'los guerreros de las
nubes'. En todo caso, su fortaleza fue tal que aunque fueron ocupados y
conquistados por los incas no se llegaron a doblegar del mismo modo como había
ocurrido con otros pueblos. Es conocido que los incas imponían como principio
de la historia su propia aparición hasta el punto de que incluso llegaron a
realizar exhumaciones de cadáveres para volverlos a enterrar según sus ritos.
Sin embargo esto no ocurrió así
con los Chachapoyas que llegaron a preservar muchas de su costumbres. Entre los
hallazgos realizados en la Laguna de los Cóndores se han encontrado telas con
motivos que no son incaicos, sino anteriores, así como una manufactura peculiar
y menos tosca que la inca. Tocados de plumas propios y telas incluso de origen shipibo.
En la arquitectura encontrada en los innumerables sitios arqueológicos conviven
las típicas casas circulares Chachapoyas con los rectangulares habitáculos
característicos de los incas. Su fortaleza debió preservar rasgos propios de su
cultura, si bien debieron de pagar altos tributos al Tahuantinsuyo y acatar el
culto al Sol impuesto por sus invasores cuzqueños. Para poder controlarlos, los
incas instalaron fortificaciones militares y deportaron a muchos Chachapoyas a
otros lugares del imperio.
La arquitectura.
Los asentamientos de los
Chachapoyas suelen encontrarse en ciudadelas de entre 30 y 400 estructuras, por
lo general, dispuestas a lo largo de las crestas de los cerros y ubicadas en
ellas de manera aleatoria, aunque en Kuélap (Kuélap) se articulan en un espacio
más estructurado urbanísticamente en función de las vías de distribución y de
patios. Su ubicación en lugares altos podía deberse bien a fines de carácter
defensivo (aunque parecen poco guarecidas) o a elementos más primarios de
necesidad: en un lugar climatológico de alta humedad y abundancia de lluvias se
utilizaban enclaves donde no se podían producir inundaciones que echasen al
traste con sus depósitos de alimentos.
La arquitectura Chachapoyas
estaba constituida, fundamentalmente, por edificios de planta circular con una
cornisa de piedras planas que se apoyaba sobre una base también circular y que
servía a la vez para dar horizontalidad a la vivienda y para almacenar enseres
y alimentos. Un gran techo cónico de paja coronaba la edificación. Entre los
muros de las casas aparecen con frecuencia restos humanos, lo que hace pensar
que los antepasados eran enterrados dentro de los muros, en hornacinas. Es
frecuente el hecho de que las casas conformen ciudadelas de un cierto tamaño
entre las que podemos destacar Llaqtacocha, Gran Vilaya (con más de 20.000
edificaciones) y la ciudadela de Kuélap.
Uno de los elementos comunes de
la arquitectura Chachapoyas es la presencia de frisos en las edificaciones.
Estos suelen ser zigzag, rombos, diseños escalonados, o mosaicos figurativos.
La significación de estos es muy discutida. Algunos plantean que los trazos en
zigzag evocan a la serpiente, mientras que los rombos representan el ojo del
jaguar.
Organización política.
Sin embargo, al parecer no
existía una clara organización política que unificara todas las poblaciones que
se ubicaban en el eje del río Utcubamba. Divididos en pequeños curacazgos, los
Chachapoyas parecían tener similares costumbres e incluso un idioma común, pero
sólo se unificaban en función de sus necesidades defensivas y al terminar las
acciones bélicas volvían a disolverse. Incluso era común no mantener fidelidad
respecto a un curaca concreto, sino que se aliaban con quien entendían que era
el más fuerte.
Distintos autores hablan de
distintas posibles tribus que pertenecían a los chachapoyas. Entre ellas las
más conocidas serían tres: los luya-chillao, los cascayungas y los chilcho. Los
luya-chillao podrían haber ocupado el norte del río Utcubamba., en un área que
iría por el oeste hasta el río Marañón, por el sur hasta Kuélap y por el este,
por lo menos, hasta la zona de san Carlos. Los cascayungas habrían ocupado la
parte nororiental hasta el territorio de los chancas, en la actual Rioja. Los
chilchos, por su parte, habrían sido los que ocupaban la zona sur del valle del
Utcubamba. hasta algo más allá de la Laguna de los Cóndores.
Las relaciones entre unos
curacazgos y otros no debían de seguir patrones de cohesión grandes, sino que
cada cual, más o menos, podía vivir 'a lo suyo'.
Sin embargo, la fortaleza de Kuélap
ofrece el pie para una interesante teoría del profesor Peter Lerche, quien
opina que podría haber supuesto el principio de un embrionario Estado
Chachapoyas. Según entiende el profesor P. Lerche, la alta densidad de
población requería de los habitantes de la cuenca del Utcubamba una mayor
diversidad de cultivos lo que exigía buscar una variedad climática que
posibilitara una multiplicidad de frutos de la tierra. Esta diversidad
climática se conseguía mediante la distinta ubicación en altura, desde el cauce
del río hasta las zonas más altas de los cerros. Pero esta movilidad dejaba
vulnerables los depósitos donde se almacenaban las cosechas. Esto suponía no
pocos enfrentamientos entre distintas tribus pertenecientes a la misma etnia,
pero quedaban regularmente equilibrados. Lo que originó un desequilibrio mayor
fue el aumento de incursiones que desde el Este realizaban otros pueblos y que
esquilmaba su producción. La construcción de la ciudad de Kuélap ocupa la parte
más alta que divide los dos pasos naturales desde donde se podían realizar
tales incursiones. Un eficaz sistema de comunicación de cerro a cerro por medio
de elementos luminosos posibilitaba reunir tropas en la ciudadela una vez detectada
la intrusión. Así, aunque no se pudiese contener la entrada de los predadores
al volver estos a retornar hacia sus tierras, cargados con el botín, eran
blanco fácil para las hondas y las flechas de los Chachapoyas que les esperaban
en Kuélap. Así, Kuélap se convirtió, aprovechando la idoneidad de su clima
debido a la altura, en una impresionante despensa. Para su construcción
debieron aportar hombres todas las tribus de la región y debieron participar
igualmente en su defensa.
La economía.
La fuente básica de la
pervivencia de la población era la agricultura. Como hemos señalado
anteriormente, el hábitat de los Chachapoyas posibilitaba una variedad de
climas, todos húmedos, pero unos más fríos y otros más cálidos en función de la
altura. Así, los Chachapoyas transformaron las laderas de los cerros en
terrazas de cultivo y realizaron importantes obras de drenaje para mitigar las
inundaciones de las zonas más bajas. En estas se encontraría la producción de
ají, algodón y coca. También cultivaban una amplia gama de tubérculos.
En cuanto a la caza, los
Chachapoyas cazaban venados cuyas astas servían de motivos decorativos para las
casas. Su piel era utilizada para distintas cosas, como la fabricación de
instrumentos musicales.
Según Pedro Cieza también se dedicaban
al pastoreo de llamas y alpacas.
El arte.
Si bien los textiles de los
Chachapoyas superaban con creces los de los invasores incas, no ocurría así con
su cerámica. Esta era mucho más tosca que la que introdujeron los incas. La
mayoría de las piezas cerámicas recuperadas son utilitarias moldeadas sin más
con los dedos aunque en algunos casos se utilizó la técnica de los rollos. La
decoración que le imponían a la cerámica era por incisión o estampados. En
algunos de los restos se percibe la influencia de otros pueblos como Cajamarca.
En cuanto a los textiles eran
mucho más depurados que los incas. No sólo por la finura de la confección, sino
también por la variedad y riqueza de los motivos representados en ellos.
La religión.
Poco, por no decir nada, sabemos
de la religión de los Chachapoyas. La invasión inca impuso el culto al Sol
aunque no debieron prohibirse las veneraciones religiosas locales. Lo que nos
ha llegado, a partir de las crónicas, es una combinación de religión Inca,
wakas (lugares u objetos sagrados) locales, pacariscas (lugares de origen) y
del culto a los ancestros.
Algunos estudios apuntan a que
las distintas etnias tenían diferentes deidades, aunque había algunos elementos
comunes: el puma, la serpiente y el caimán. Al parecer, la identificación con
estas deidades tenía como sustrato un cierto estudio astrológico. A su vez,
cada uno de estos elementos favorecían de ciertas funciones. Así, el grupo de
estrella Machacuay se identificaba con el símbolo del Zig Zag y era
probablemente el culto principal. El Zig Zag era la serpiente y su función era
la de proteger y fertilizar. Chuquichinchay, otra de las identificaciones de
grupos de estrellas, se identificaba con el Rombo y presentaba también una
función protectora a la vez que ofensiva, y se referenciaba con la imagen del
caimán. Por último, el tercer grupo de estrella, Ancochinchay, identificado con
las grecas, aportaba la función de resistencia y defensa.
De una manera más parcial, cada
familia debía tener su propias deidades más particulares. Posiblemente ese sea el
origen de los distintos elementos pictóricos que abundan en las tumbas
chachapoyas. Podría ser que cada una de las familias tuviera distintos tótems
que identificaran algún aspecto peculiar de las deidades. Esto explicaría la
profusión de representaciones que aparecen en los lugares de enterramiento.
Uno de los elementos que podemos
descubrir en relación con los restos encontrados es la importancia que dan los
Chachapoyas a sus difuntos. Generalmente estos se encuentran o bien formando
parte de las estructuras de sus viviendas o bien en enterramientos colectivos. La
presencia de ofrendas en estos últimos podría apuntar a una cierta creencia en
vida después de la muerte. Las momias de personajes importantes, conocidas como
mallkis, frecuentemente eran consideradas wakas, adoradas y visitadas por
miembros de su ayllu.
Hay una equivocada creencia de
que los chachapoyas desde siempre habían momificado a sus difuntos, pero esto
no es así. La momificación llegará a los chachapoyas de la influencia inca. Las
formas de enterramiento anteriores estarían representadas en sus diversas
formas de rendir el culto a los ancestros. Se han encontrado numerosos lugares
funerarios en las cavidades de la zona. Alguna en lugares que aún no comprendemos
cómo pudieron acceder, descendiendo pozos verticales por los que hoy es
imposible entrar sin ir provistos de cuerdas. Uno de los elementos más
llamativos son los Purunmachus, figuras construidas con cañas y barro de
aspecto antropomorfo que contenían en su interior los restos del difunto.
También encontramos estructuras denominadas chullpas, lugares de enterramientos
colectivos en su mayoría. Los sarcófagos o Purunmachus los encontramos más
relacionados con la etnia de los luya-chillao, mientras que las chullpas parece
que eran más propias de los curacazgos del sur.
Albornoz relata que el ayllu de
Chuquipuyuntu veneraba una waka conocida como Calondi, " una piedra que
estaba en una cueva junto al pueblo de pucso vica ". Cuychacolla, waka de
los indios de Para, era una lagunilla cerca del pueblo de Llaucamalla, la
pacarisca de los Chuhayayas. Algunos cronistas, como Sarmiento de Gamboa y
Murúa señalan que Cuychacolla representaba a la waka principal de los
Chachapoyas, la cual fue trasladada al Cuzco por un general de Huayna Cápac.
Los Incas tomaban las wakas de los pueblos conquistados y las mantenían, como
rehenes, con todos los honores, en el Cuzco. Ya que Cuychacolla era una
lagunilla, posiblemente que agua de esta fuera introducida en una vasija y de
esta forma fuera transportada al Cuzco.
Según el Padre Diego Isidoro
García podría establecerse una relación entre los enterramientos y los lugares
con agua (lagunas y ríos). No se sabría aún la vinculación entre estos dos
elementos, pero no deja de ser significativo que prácticamente todos los
enterramientos encontrados tienen a la vista lugares con agua.
Garcilaso señala que los
Chachapoyas adoraban culebras y tenían al cóndor como su principal Dios. La
únicas imágenes de la iconografía Chachapoyas que pudieran ser interpretadas
como cóndores están representadas en un friso que decora un edificio en Gran
Pajatén. Sin embargo, se encuentran gran cantidad de imágenes de serpientes
talladas en piedra, como la encontrada en la cima Shubet, una de las montañas
más altas en la provincia de Luya, o aplicadas con motivos decorativos en la
cerámica Chachapoyas.
Los Chachapoyas veneraron muchas
wakas, aunque algunas pudieron haber sido más importantes que otras, actuando
como santuarios regionales. Ciertas estructuras o sectores, en los lugares
Chachapoyas, podrían haber funcionado como santuarios ceremoniales, como el
Tintero o el sector de Pueblo Alto, en Kuélap.
Otro dato que tampoco se sabe muy
bien cómo interpretar es la existencia de colores característicos de lo
sagrado: el rojo y el ocre.
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